El sol y la vitamina D

Muchas son las modas que han pasado y con ellas mitos y verdades sobre el protagonista del verano: el sol. Es fundamental conocer bondades y peligros de esta fuente de energía. ¿Acaso no nos brinda aspecto saludable?

Hoy no importa la edad a la hora de pensar en nuestra piel. Los dermatólogos, sin exageración, nos suplican que aprendamos a convivir con el sol y que evitemos abandonarnos ante él. La radiación se acumula y la piel sufre un desgaste que no siempre se puede reparar. Esto promueve la formación de arrugas y lesiones que con el tiempo pueden ser graves (cáncer de piel).

Pero, ¿cómo conciliamos esta verdad con el argumento no menos cierto de que el sol es la única fuente suficiente para lograr una reserva de vitamina D adecuada?

La vitamina D es una sustancia que permite el correcto desarrollo y funcionamiento de nuestros huesos. Sin ella hay fragilidad ósea, con el consiguiente riesgo de fracturas. No sólo los huesos son destinatarios de esta vitamina. Sabemos que los músculos, ante una reserva insuficiente de vitamina D, se debilitan y pierden tonicidad, fuerza y con ello aparece el riesgo de inestabilidad y caídas.

Los chicos de Ushuaia tienen menos densidad ósea que los de Salta y eso es nada más que por una exposición diferente al sol. Los ancianos y personas institucionalizadas tienen más fracturas de cadera, lo que se relaciona en forma directa con la falta de exposición solar.

Entonces, ¿cómo conciliar esta diferencia de riesgos y bondades que, a la hora de disfrutar del aire libre, nos condiciona y pone en riesgo nuestro futuro? Los consejos serán más o menos estrictos en relación al tipo de piel, pero aún las más resistentes acumulan radiación y hay riesgo de lesión. Por eso, aplicar protección con cremas es importantísimo, evitar las horas pico o de mayor radiación y usar sombreros, son medidas saludables durante las vacaciones.

Con todas estas salvedades, podemos pensar en la salud de nuestros huesos. Se recomienda estar (siempre con protección solar) por lo menos 15-20 minutos al sol, tres veces por semana, durante todo el año y exponiendo una superficie considerable, como brazos y torso, o piernas y muslos, para lograr que se “fije” el sol. Es decir, poder obtener de él la acción lumínica necesaria para formar vitamina D. Como verán, implementar este tipo de actividad agregándola a la vida cotidiana, no parece sencillo.

Si existe la prohibición concreta de tomar sol, o si su piel no logra un bronceado durante el verano, no hay que preocuparse. La vitamina D puede medirse en sangre para valorar la cantidad que tenemos y así considerar la reposición si fuera necesaria. Hay gotas y comprimidos de vitamina D que son muy bien tolerados y nos aseguran la capacidad de mantener la calidad de nuestros huesos. La vitamina D, como todas las otras vitaminas, no engorda y no aumenta el apetito.

Si se broncea en el verano, casi con certeza su reserva de vitamina D será correcta, y le servirá para todo el año. Si pasa más de dos años sin vacaciones al sol, considere consultar sobre la utilidad de medir su vitamina D y reponerla convenientemente.

Si usted tiene osteoporosis y se encuentra en tratamiento, recuerde que sin vitamina D suficiente el tratamiento tendrá menor o nula respuesta.

Por último, los lácteos y algunos pescados y sus aceites, aportan vitamina D, pero necesitaríamos ingerir cantidades muy por encima de lo tolerable como para aportarla sólo con estos alimentos.

En resumen:

  • La vitamina D debe estar en una cantidad adecuada en nuestro organismo para cumplir funciones en huesos y músculos.
  • La única fuente suficiente la aporta el sol, bronceándonos en el verano o exponiéndonos de a poco durante todo el año, 15-20 minutos al menos tres veces por semana, dejando expuestas superficies corporales tales como brazos y espalda, o piernas y muslos.
  • Los lácteos solamente, no alcanzan para brindar los requerimientos diarios adecuados.